25/8/09


No me alcanzan los dedos, los ojos, los brazos. Ni siquiera la boca. Nada es suficiente. Menos el tiempo que se escurre entre tus palabras y caricias a la perfección. Vuela sin permiso. Y ya te extraño, te extraño incluso cuando estamos juntos porque no me alcanza. Necesito tu cuerpo, pero no llego a tocarte. Mis manos se quedan a mitad de camino, esperan tu sonrisa que asiente en silencio. Pero no me alcanzan las risas, los guiños, las muecas. Ni siquiera la boca. Nada es suficiente.

19/8/09

Escrúpulo

Me parece que vivo
que estoy entre los ruidos
que miro las paredes,
que estas manos son mías,
pero quizás me engañe
y paredes y manos
sólo sean recuerdos
de una vida pasada.
He dicho "me parece"
yo no aseguro nada.

Oliverio Girondo

16/8/09

El tiempo nos devora, arrasa nuestras horas de amor. Deseo que sea eterno, pero se deshace el tiempo entre tus brazos y no me alcanza.

12/8/09

Mi nuevo laberinto

Un día me levanté y ya estaba ahí. Mirándome así de costado, como observa un tramposo compulsivo en medio de una partida de truco convencido de que nadie lo ha detectado. Me miraba con recelo pero no tenía qué perder, ya había empeñado el corazón en viejas ilusiones. Mientras tanto, el bendito reloj de arena - que sólo funciona al son de la gravedad- empeoraba la situación. Miré a mi alrededor, y estaba solo. Solo en un mundo que, de repente, se había vuelto ajeno, extraño. Di vueltas en círculos, traté de revisar mis bolsillos. Había sólo un billete de diez pesos. Aunque hubiera sido de cien, no me serviría en esa dimensión desconocida. El sol me pegaba en la frente, pero no tenía ganas de quitarme la camisa. Fue bajo ese brillo ardiente que llegaron el barbero y el hombre de la nariz gigante. “Puedo darte una tijera”, dijo el barbero. El hombre de la nariz gigante me sonrió y dio la mano.
Mis mejillas se tornaron de color púrpura. Ese hombre acababa de descubrir aquel secreto que había ocultado durante años sin mediar inconvenientes. El cuerpo comenzó a moverse por un repentino mal de Parkinson y las manos cubiertas de sudor hicieron un movimiento en falso casi imperceptible.
Sonreí, presa de una locura que no parecía tener intenciones de desaparecer. El cuerpo se sacudió con violencia, tuvo convulsiones propias ya no de un muerto, sino de la muerte. “Adiós”, me dije a mí mismo y a ella, que nunca había estado más que en mis pensamientos: lo que llamaba su tormenta a la distancia. Caminé alejándome, secándome de la frente las gotas de transpiración, cansado por lo que acababa de ocurrir. Ya no sonreía, trataba de pensar, hacer pie. Pensé en correr, pero no tenía sentido. Me puse los lentes que me cubrían del sol y la culpa, y seguí alejándome.

El barbero me miró nuevamente como aquella primera vez, de costado, con recelo. Me siguió con la vista hasta que tomé la curva a la derecha. No sabía dónde me llevaría pero necesitaba huir de sus ojos. “Le temo”, confesé en voz alta. La muchacha que pasó a mi lado debió voltear su cabeza al escucharme y se acercó suavemente. “¿Está bien?”, disparó dulcemente. Alcé la vista y me quedé atónito. Una dama joven de piel canela y ojos color cielo había rozado mi cuerpo mientras me escapaba de mi secreto -que ya no era secreto para ese entonces- y no la percibí. “Mi hombría flagelada por el miedo”, pensé en el segundo en el que ella esperaba una respuesta que por cortesía debía ser “sí”. Pero me atreví a robarle algunos minutos más, ya fuera del alcance visual de aquel hombre.
El semáforo que se erguía a algunos metros no cambiaba de color, y aproveché para no cruzar. Le pregunté qué se sentía al estar siempre así, clavado en la tierra de un pueblo que parecía la paz, pero no cambiaba, no giraba sobre ningún eje, no avanzaba ni retrocedía. Siempre mostrando las mismas señales, viendo los mismos sitios, esperando a la misma gente.
-¿No es como un laberinto? –le pregunté.
-En los laberintos uno se pierde –explicó con parsimonia –Aquí uno está encerrado en una caja hermética. Ya quisiera que se rompa y entre la luz. A mí la luz me encandilaba, pero ella parecía buscarla desesperadamente. Parecía no haber visto la luz ni sentido el viento ni sufrido el amor a causa de su encierro. Sin embargo, daba envidia su integridad espiritual.

AC/RT. Técnica aplicada: cadáver exquisito.

8/8/09


Corazón cansado de sentir dolor, de creer en falsas ilusiones.
Corazón valiente aprende a ser cobarde, a amar sin darlo todo, a protegerte del desencanto.
Corazón, tu entrega desmedida son las cicatrices que marcan tu esencia.
Corazón que enfrentas tus miedos en vano; corazón que nunca aprendes, que nunca olvidas.
Corazón iluso, infantil, fantasioso.
Corazón sin barrera, en carne viva.
Corazón de porcelana, desgarrado en pedacitos de cristal.
Corazón desamparado en el frío de la soledad.
Corazón hundido en la melancolía.
Ha comenzado el duelo, corazón sin vida.

3/8/09

Hoy que todo sabe a primavera, no extraño aquel amor menguante que era entre dos pero sólo soñaba uno.