14/7/10

Romántica siglo XVII


Después de poco pensar, llegué a esta conclusión. No es que me haya requerido un esfuerzo mental, por lo general son pocas las cosas a las que le dedico tal destreza. Primero porque no estoy segura de poder lograrlo sin desgastar el estímulo y dejar el pensamiento a medias; y en segundo lugar, porque escribir con la cabeza es como pensar con el codo: una utopía. Y entonces me pregunto si está bien decir “llegué a esta conclusión”, ya que mi confesión primera, entiéndase “después de poco pensar”, equivale a no haber realizado ningún proceso mental de tipo deductivo o inductivo, o al menos así fue conscientemente.
En fin, lo que quiero decir es que es MEJOR LEER QUE ENAMORARSE. No sé de dónde saqué esta pseudo conclusión, aunque presumo que en todo esto algo tienen que ver Silvia Hopenhayn y el libro de las “100 Cartas de Amor” que atesoro en mi escritorio sin lugar.
Tal como le ocurrió a Pilar del Río nos pasa a todos. Eso la hace una mujer maravillosamente admirable. No sólo por su sencillez sino por su valor. ¿Cuántas veces nos enamoramos de las historias literarias? Tantas veces nos enamoramos de sus escritores. A mí me gustaría ser la esposa de Levrero, leer sus críticas a mi persona y no pedirle que quite esas páginas o que directamente evite publicar el libro. ¡Cómo puede ser que a mis defectos le dediques una página y a mí la tarea de editarla! Por eso no puedo ser la protagonista de una historia literaria ni la esposa de Levrero.
Es como escucharte decir que soy monotemática y estar escribiendo esto con muchos rodeos hasta darme cuenta que vuelvo al mismo punto. Es que pretendo escribir de cuanto amor me despierte el mundo literario y espero una solemne lectura del caso sin análisis circunscritos. El problema es que yo quiero ser Ninon de Lenclos en pleno siglo XXI, y en medio de este asunto 2.0 eso parece imposible. El problema siempre es el mismo. ¿Cuántas veces quisimos ser la protagonista de “Keinohrhasen”?
MEJOR LEER QUE ENAMORARSE porque así se producen los mismos efectos, con el beneficio de mantener cierta estabilidad emocional e intelectual. Y cuando digo los mismos efectos me refiero a un interminable listado de sensaciones porque no estoy loca por besar un libro, incluso puedo hacerlo delante de personas de la tercera edad. También lo puedo acariciar y conocerlo de principio a fin en pocos días. Y aunque es probable que siempre descubra algo nuevo, nada está oculto. En el amor es al revés. Lo que no descubriste no es porque requiere una relectura sino porque está solapado para que la historia tenga el final esperado. El libro es más sincero. De hecho, pocas son las veces en que te desilusiona de sopetón, entonces te evitás un tremendo golpe de cara al piso.